El sol brilla con tal fuerza en la parte izquierda del rostro, que obliga a entrecerrar el ojo, acobardado de los rayos del astro rey. Los pasos se suceden. Paso, paso, bote de pelota. Un crío corre calle arriba y un adulto le sigue, sonriendo. “Vamos allá”, una calle, otra calle, “calle Pintor Tusset”, “¿Sabes? Cuando jugaba al futbito en el colegio, al pasar por esta calle, me agachaba a tocar el asfalto para que me diera suerte”. El niño se agacha y toca el asfalto, y el joven adulto está tentado de hacer lo mismo.
Dos cuerpos pasan las puertas jalonadas de setos. Sigue el camino de baldosas amarillas, Dorothy, que te espera el mago de Oz. Y el mago de Oz es un crack con la camiseta de Zidane. “¿Qué tal, Jacky?”, “¿Hay partido?”. “¿Juega tu sobrino? ¡Kaká!”, “¡Aarón, ven aquí, que juegas conmigo!”, “¡Bieeen!”, “¿Cuántos somos?”, “¿Hamza-hamza?”. “Hamza-hamza”.
El balón sale del centro del campo. Un pie lo para, pase atrás, recorte, en profundidad, para, atrás, regatea, pasa, chut, fuera, “Ay… mamaverga… ¿Cómo fallas eso?”. “¡Aquí, aquí!”, “¡Cambia toda, Jacky!”. Jacky desobedece, porque el niño se desmarca y busca la banda en silencio. El balón sale raso, fuerte y en diagonal hacia él. La detiene, lejos de un defensa que se ha dado cuenta muy tarde. Le entra, pero el pequeño ha visto la jugada, la devuelve al centro y su tío la recibe. “Chufa, chufa”. El balón se estrella en el palo, la jugada parece salvada, pero de la nada aparece el pequeño Kaká, demuestra sangre fría, detiene el esférico, mira al portero y por su mente infantil sólo cruza un pensamiento, que se reduce poco a poco al único espacio donde el portero no va a llegar.
Golpea. El balón se cuela y el crío salta y grita sonriendo. Se abraza con su tío y vuelven corriendo a su campo, un gol no es nada, y ahora el otro equipo tiene que sacar.
Llegan más valientes, el balón salta de un pie a otro pie, tacón, exterior, punta… “¿De cuánto es el equipo?”, “¡Hamza-hamza!”, “Un, dos, tres, cuatro, hamza, ya estamos ¡Hay nuevo equipo! ¡Dos goles!”
Dos goles. El campo se transforma y de la nada surgen gradas atestadas, focos, cámaras de televisión, reporteros, periodistas, palco de honor y comentaristas. Surgen entrenadores que no dicen nada porque el equipo juega como ha de hacerlo, o eso creen ellos. Ya no son Dani y Andrés y Milton y Aarón, son Henry y Güiza y Raúl y Kaká. Y con ellos juegan Gallas, Zidane, Leyva, Zambrotta, Villa, Mutu, Ronaldinho, Eto’o… y Jacky, no olvidemos a Jacky que es el Sergio Ramos del equipo, que nunca marcará como Dani, ni regateará como Make, ni tendrá la clase de Cruz, pero nadie le echa más pelotas.
Pase, regate, más pase, intercepción, recorte, sube la banda, pase al centro, despeje, control, chut desde fuera, balón rozando el palo, “¡Uuuuuyyyy!”. Otra vez. Y más pases, más regates, más carreras, más entradas, más caños, más de todo… torsos desnudos, cubiertos de sudor, pantalones cortos empapados en gloria y cansancio. Gol, gol, gol… “¡Siguiente!”
Un, dos, tres, cuatro, hamza, “¿hamza-hamza, eh?”, ya se puede empezar. “Joder, Eto’o, qué malo que eres…”, “¡Cubrid a Cruz!”, “Cuida’o con Make”…
Y la tarde sigue, y el sol se derrama por el campo de fútbol sala, se cuece el fútbol en cada pie que acaricia la pelota. Gol, gol, gol… “Hamza-hamza”, despeje hacia lo alto, el balón atraviesa el cielo y hiere de muerte a la tarde, que agoniza mientras el balón continúa resbalando por el suelo.
Rugido, tronío, ¿voz de Dios?, No, sólo megafonía. “¿Ya son las ocho y media? Ahora enseguida nos vamos, Aarón.”. “Vayan saliendo, se van a cerrar las puertas del parque”, se va haciendo tarde y los más tempraneros se marchan. Sólo quedan dos equipos, hamza-hamza. El reloj sigue contando, un par de partidos más y ya son las nueve. “Venga, hasta otra”, “¿Bajas mañana?”, “No puedo, me voy de la ciudad.”, “Coño, ¿Dónde?”.
Hora de las despedidas, no me gusta, pero no queda más remedio, Jonathan se lo debe a Jacky, ese personaje que tan bien juega al fútbol y tanto bueno le ha dado a su creador.
“Venga, vámonos, Aarón… ¿Vendrás solo, cuando yo me vaya?”, “Si me deja la yaya…”.
Aún una pregunta queda en mi mente. ¿Cuánto hemos quedado?, ah, claro… Hamza-hamza… ¡Cómo no!
Oh, joder, ¡Cómo os voy a echar de menos!
3 comentarios:
En todas nuestras conversaciones sobre tu marcha nunca te había querido preguntar por él...
B
Con qué facilidad se ilusionan los críos. Vaya, tu relato me ha traído muchos recuerdos.
Carajito, me has emocionado... me has revuelto los recuerdos. Una y otra vez la despedida, hoy en Caracas, otras veces en otro puerto, aeropuerto o en una habitación a oscuras, de madrugada. Pero la despedida, sólo anticipa el nuevo encuentro.
Besos
Ceci
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