Lloran dos pies directos al ocaso
lágrimas verdes de ángeles caídos,
que aman la noche y huyen de los nidos
de águilas blancas que estaban de paso.
La sombra vaga de un farol escaso
duda y alumbra sueños malheridos
de un azabache dios de pies perdidos
en la tristeza de una noche al raso.
Tiembla en sus labios una calavera
que arde y solloza, herida del azar,
mientras el dios se estrella contra el suelo.
Corta sus alas al ras de la acera,
sangra humo y se marchita al recordar
que hubo una vez en que era rey del cielo.
1 comentario:
Es lo malo de tocar el cielo con las manos, no poder quedarse en él. Besos.
Publicar un comentario