Cuando abrí los ojos y vi las luces,
escondiéndose de un miedo inevitable,
supe que estaba muerto.
Se arroparon de noche los claveles
y la luna enterró sus uñas
en lo más profundo de la almohada.
Y cuando el olvido me dolió tanto
que tuve que gritar tu nombre,
recordé que estaba vivo.
Pero abrí los ojos y te vi de espaldas,
vistiéndote de día sin mí,
y supe que estaba muerto.
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