El asfalto es un río de acero y el Toto, un náufrago a la deriva. La noche se encapricha de la ciudad, devorándola por completo, y los faroles rotos no son más que soldados caídos bajo el peso de este oscuro y gélido cielo sin estrellas. Los termómetros intentan reducir el intenso frío de la calle a unos números sin alma, desmaquillados de la sensación helada que se clava en los huesos, de los dientes que castañetean o del inevitable estornudo. El Toto, como todos, sabe que el frío es más que un número pegado al cero.
El Toto Zaugg escucha cómo silba el viento y mira cómo los perros callejeros tratan de encontrar un sitio donde las bajísimas temperaturas no puedan encontrarlos. Gotas de la escarcha de la madrugada se desprenden de la última hoja de la vencida rama de un naranjo. Al caer al suelo, se rompen como la gota de agua que soñaron ser cuando escaparon del hielo que las creó. Estallan en una miríada de diminutos puntitos arcoíris que acaban también por derramarse sobre el embaldosado de la calle, dejando como todo recuerdo de su existencia, un diminuto círculo sobre los baldosines de la acera. El Toto sacude la cabeza y sigue caminando, mientras la gente pasa a su lado con gruesos abrigos que los protegen.
Pero la gente mira al Toto Zaugg y éste les sonríe y, por un momento, parece que no hace tanto frío y que los termómetros, queriéndolo reducir todo a un mísero número, se han equivocado. El Toto nunca tiene frío, dicen; viéndolo caminar por las calles con su camiseta de tirantes, que es tan blanca como pueda serlo la noche más oscura.
Y es que el Toto lleva la misma ropa en verano y en invierno, llueve o nieve, esté nublado o el sol haga hervir los cristales de la ciudad como el agua de un puchero. El Toto vive con su eterna camisa de tirantes y no dice nada del frío, como no dice nada de ninguna otra cosa. Total. No tiene a nadie que le escuche.
Poca gente le pregunta al Toto, excepto cuando llega el invierno, y las lunas de hielo enfrían la ciudad hasta que se ve la nieve allá lejos, en las montañas. Entonces, de vez en cuando, alguien se acerca al Toto y con una sonrisa que no aparecía en verano, cuando el Toto era sólo un sucio vagabundo más, le pregunta:
- Pero Toto… ¿No tienes frío?
Cuando se lo preguntan, el Toto sonríe y sigue caminando sin decir nada.
- El Toto no tiene frío.- dicen sus vecinos.
Él no dice nada. Frío tiene. Lo que no tiene es un abrigo.
Desde el punto de vista de sus vecinos del pueblo de Cardona,
el Toto Zaugg, que andaba con la misma ropa en verano y en invierno,
era un hombre admirable:
-El Toto nunca tiene frío-decían
Èl no decía nada, frío tenía, lo que no tenía era un abrigo.
Eduardo Galeano
3 comentarios:
Como dices q siempre me gusta todo lo q escribes hoy vengo crítica: en el segundo párrafo en dos líneas consecutivas escribes "baldosínes" pudiendo haber puesto cualquier sinónimo
;*
Hale. Arreglao XD
Muchas gracias, angelito.
Sin duda somos autores muy diferentes. Se nota tu gusto por la poesía incluso cuando escribes prosa. Pero que seamos diferentes no impide que aprecie mucho tu estilo. Me gusta la sencillez de la historia aunque me he quedado con ganas de saber un poco más del protagonista. Toto Zaugg es un nombre bastante exótico...
Publicar un comentario