24 dic 2007

Tic-tac-tic (Paranoia nº5)

Tic-tac-tic...

Tic-tac-tic… el reloj está cojo de la manecilla de las horas y me interrumpe en mi letargo diario. Tic-tac-tic… trato de dormirme esperando el segundo “tac” pero, para cuando cierro los ojos, el “tic” ha regresado y me despierta.

En fin… tú ganas, reloj, no dormiré. Pero los sueños no me los quitas. Ni los recuerdos tampoco.

Tic-tac-tic… Sus caderas apuntaban al mediodía y mi mano hacía sombra sobre su cintura. Dos lenguas (sin idiomas, sin maestros, sin carrera), hablaban de silencios escarlata, en un lenguaje de labios hecho para ciegos, y hasta las farolas se asomaban tras la esquina para escudriñar en nuestro beso. Los semáforos más altos, inclinados sobre nosotros, me guiñaban con complicidad sus luces ámbar y yo me emborraché de la calidez de su cuerpo. Luego, con su mano, me dijo adiós. ¡Cómo se agria la saliva sobre los labios cuando sabe a despedida!

Tic-tac-tic… Las oraciones yuxtapuestas se derretían sobre la pizarra y el boli “Bic” derrapaba en la curva de una uve minúscula. En mi mente, la mano de Luis Royo dibujaba a la mujer perfecta, y lo hacía de espaldas a mí, para que no me enamorara de los ojos de mi propia quimera. Sólo permanecía en mis retinas esa zona entre la nuca y los hombros, allí donde cabe exacto el cuenco de los besos. Nada más allá. ¡Qué triste parece la tinta cuando no sabe pintar sueños!

Tic-tac-tic… Nuestras pieles eran sinfonía de caballos sobre la playa. Galope de dedos traviesos, chapoteo de mares tormentosos, latir endemoniado de dos corazones como olas. “No hay nada que ver aquí”, tiranizaban mis párpados al paisaje, y me quedaba la piel para sentirla estremecerse bajo mi luna desastrada. El sudor llevaba en su sabor el susurro de sangre entrometida, las caricias que sobraban, los besos evadidos de la boca, el sentir de dos estatuas que temblaban. ¡Qué dulces parecen los besos de un orgasmo compartido!

Tic-tac-tic… En mi cama, abandonado al tiempo más caprichoso, desvencijado, envejeciendo, desnudo y erecto, los ojos cerrados al mundo, el corazón envuelto en papel de “Albal” y la puerta de la habitación oscilando entre la bruma y la tiniebla, recordaba cada luna que mis dedos se bebieron. No eran muchas. Descolgué de la pared una historia que me buscaba, y la tiré arrugada a la papelera para que no me persiguiera más. Así pude quedarme al amparo de un silencio disfrazado del rebramar de un reloj cojo de la manecilla de las horas.

Un reloj digital que, finalmente, me dejó dormir mientras repetía “Tic-tac-tic”.

“tii-tii-tii”.

2 comentarios:

Traven dijo...

Tú te crees que estas entradas son apropiadas para estos días..., como aparezca tu angelito se va a llevar un susto de no te menees...

Bueno, chaval, gracias por tu amistad y felices fiestas (sobre todo el fin de año, que es más pagano y me gusta más).

Un abrazo,
P.

Anónimo dijo...

Los sueños no nos los quita nadie, y los recuerdos tampoco.
Ahora solo queda mirar adelante: sin peso en los hombros si no sonrisas en los labios, por lo vivido y conocido.

Feliz Navidad angelito