Crujió aquel viejo álbum que se abría
con fotos color sepia sin conserva
borrado el catecismo de Minerva
de aquella gran pizarra de Sofía.
Cantaban los relojes mediodía
y el niño ya soñaba con la hierba
soñando que su mano era la sierva
de algún fantasma antiguo que escribía.
Las frases que bordaban sus libretas
cosieron luego un libro por el lomo,
donde él guardaba aquellos universos.
Cerraron aquel álbum las saetas
de aquellos tres relojes de oro y plomo,
pero el niño aún siguió trazando versos.
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