Cuatro patas agotadas
de pulgas y cristales rotos
aúllan en la última noche
un latigazo miserable de hambre y de dolor.
La luna se olvidó de sus ojos
y el hielo del alba se abrazó a su piel
borrando conquemaduras de cigarro
las últimas caricias de detrás de las orejas.
¡Qué triste mirada perdida
a sólo un metro desnudo del suelo!
La ciudad gruñe, ronca y ladra,
sin mostrar el camino de vuelta.
La ciudad es un perro de presa
que muerde,
y desgarra,
y lastima,
con cientos de dientes macabros.
Dientes de espina de rosa
y colmillos de sangre reseca.
Cae la noche y su peso le vence
hasta tirarlo sobre el asfalto que se desviste
de colores para él invisibles.
Su vida es una escala de grises,
no sabe de azules celestes
ni de verdes corales,
ni sabe el color de las luces
que se dirigen a él.
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