Mi soledad se vistió de arlequín,
lunas de alcohol decoraban su piel,
lunas borrachas de acero y de hiel,
presas de un beso de sed de carmín.
Mientras el último tren llega al fin
de esta autovía que hiede a burdel
busco en la noche un vestigio de aquel
príncipe azul en mi ser de Caín.
Y sólo encuentro una senda hacia el mar
justo en el punto en que acaba la luz
dejando a oscuras la ley del Talión
que ha conseguido al final separar
a golpe de hacha, de clavo y de cruz,
las medias partes de mi corazón.
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