donde hubo un pecho abierto,
lleno de ganas, y de voces, y de latidos sinceros.
Ahora las palabras que se abren paso en mi garganta
han perdido su significado.
O su veracidad.
No importa porque nadie queda.
Nadie queda para escucharlas en este eco
donde trastabillo con las frases que callé,
mientras busco arrebujarme en un silencio.
El sonido de las gotas, sin embargo,
me regresa a la realidad,
una vez cada tres latidos.
Llueve.
Sí, no, no sé.
Es agua lo que veo subir
por las rendijas de esa puerta escandalosa.
Lágrimas antigravitatorias que se acaban suicidando
en las humedades del techo.
Me desangro en cada vuelta de paño,
en cada tintineo de llaves,
y me duelen los cerrojos y pestillos.
Pero dije que haría cualquier cosa,
que sería capaz de cualquier sacrificio,
y eso incluye cerrar puertas.
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