Os voy a contar una historia, como hacen los abuelos con sus nietos en la cama, como hacen los bardos que van de aldea en aldea y de posada en posada. Os voy a contar la historia aunque yo no tenga nietos que dormir ni parroquianos que quieran invitarme a una ronda de hidromiel por alegrarles la velada. No. Mis palabras simplemente están destinadas a diluirse en el aire, condenadas a no ser nunca oídas con el mismo sentimiento con que yo las cuento.
En fin... qué más da.
Érase una vez, un niño pequeño, de sonrisa pícara y grandes ojos de un marrón tan oscuro, que parecía negro. Ese niño, como todos los de su edad alrededor del mundo, tenía héroes. Héroes de tinta y de color. Héroes maravillosos que escapaban de las explosiones sin despeinarse un solo cabello. Pero también tenía otro héroe. Un héroe distinto, de carne y hueso, capaz de hacer cosas que nadie más podía hacer y sin superpoderes, sin vista térmica, sin hipervelocidad, sin telas de araña ni telequinesia. Y el niño no entendía porque esos héroes tenían series en la televisión, gozaban de fama y fortuna, y su héroe real, el que le saludaba cada día con una sonrisa, no tenía ni una cosa ni la otra. Pero no le dio importancia. De todas formas, él era pequeño y no entendía el mundo de los mayores.
Pero el tiempo pasa y pasa para todos. Los pájaros cambian sus plumas, los árboles pierden sus hojas, los sabios aprenden de lo que no sabían y los niños crecen. Y cuando los niños crecen, tarde o temprano descubren que han vivido mirando el mundo a través de un velo rosa, y se lo quitan.
Y, aunque lo que ven les asusta, los horroriza, no les gusta, ya no pueden volver a ponerse el velo, que una vez en sus manos, se disuelve y se les escapa entre los dedos, como el agua de un río o la arena de la playa. Y los niños se ven acribillados por sus propias lágrimas, y al gritar de dolor, se encuentran que no son niños, que son hombres. Y comienzan a deshacerse de los héroes; los de tinta china se convierten en garabatos sobre una hoja, los de la pantalla del televisor, en actores contratados... y los de carne y hueso... los de carne y hueso, al desnudarse de la admiración que despertaban, quedan como lo que eran. Hombres normales. Humanos vanidosos y egoístas, hedonistas sin remedio que nadie pondrá nunca en un cómic o en la pantalla del televisor porque no son héroes ni nunca lo fueron.
Pero si el tiempo sigue girando, y los héroes siguen cayendo en el abismo total y destructivo del olvido, llega la peor noticia para el niño que escondemos dentro, el puñal que no atraviesa nuestra carcasa de hombres adultos pero que se clava sin dificultad en la tierna carne de los niños.
Y nos damos cuenta que el hombre a quien una vez admiramos, idolatramos y quisimos emular se ha convertido en todo lo contrario. Que no es digno siquiera del mismo aire que respiras, que no se merece dirigirte la palabra porque tú no serás un héroe pero, definitivamente, él tampoco.
Entonces, sólo queda sacudir la cabeza y pensar que nosotros no cometeremos los mismos errores y que tal vez, sólo tal vez, dentro de unos años, quedará un sitio en las pantallas, o en la esquina superior de la página 43 de un cómic para nosotros, que nunca tuvimos un peinado inmune a una explosión nuclear, ni superfuerza, ni ultra-agilidad. Pero tuvimos un pasado del que aprender, unos errores que no cometer y el deseo, lleno y sincero, de no defraudar a ese niño de sonrisa pícara y grandes ojos de un marrón tan oscuro que parece negro.
Quizá, dentro de muchos años, sonreiremos al recordar porque miraremos al espejo y nos diremos.
"Tú sí. Tú sí que lo has hecho bien. Enhorabuena."
Y seremos el último héroe de carne y hueso de un niño que se quita su velo rosa.
3 comentarios:
Con un poco de suerte y quiza otro poco de "fé" ese heroe aún puede hacer algun acto de heroismo. Quiza para que sea heroe tiene q empezar por creerselo el mismo.
Y sip. Seguro q tu lo serás algún dia.
Y se deja de creer en los héroes hasta darse cuenta de que alguien nos mira con esos ojos llenos de ilusión. Me ha gustado mucho tu reflexión. Un beso Caronte.
Bonita reflexión. Desde pequeños intentamos buscar algún héroe que nos sirva de modelo y sé muy bien lo que es descubrir que ese héroe no es tal.
El uso reiterado de la conjunción Y está bien para conseguir ese efecto de inocencia infantil que se busca.
Un saludo.
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