Una alondra se estrellaba en los cristales
de un silencio hecho a hielo y hecho a espada,
mientras ibas dibujando con tu carne
un caer de soledades en tu cama.
Se asomaron a tu pecho cardenales
que dolían, más que en cuerpo, en el alma
y escuchaste los bramidos de la sangre
lamentando tus heridas, tus palabras.
Olvidaste la sonrisa de tus labios,
y la mano palma arriba de tu gente,
sin saberte que el olvido no perdona.
Sólo queda la postal que te enviamos
Con dos lágrimas, al apartado veinte,
cero, ocho, cero ochenta, Barcelona.
3 comentarios:
Caronte: La laguna estigia, tu nostalgia, la mía, tus letras y una lágrima al leérte...me han devuelto el horizonte aquel....
Un placer.
Bonito y nada más. Ole. Me encanta ese final.
Vaya, uno vuelve a leerte y confirma el crecimiento que tus alas de letras le dan a tu vuelo de escritor. Eres magnífico.
Un abrazo desde Baires.
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