El hombre que planta rosas en el hormigón
tiene una memoria de almendro en las solapas,
y un crujido como de huesos que se rompen
bajo la dureza de las uñas.
Pero la luna, cuando anochece,
sólo sueña con prescindir de los aromas
y encabritarse hacia el olvido
entre líneas blancas y tréboles que cruzan.
Un rugido reverbera entre callejones amargos,
ayer era una palabra de amor
y hoy sólo el viento sabe
en qué demonio la ha convertido.
Sobran palomas en la ciudad,
y falta una luna desnuda en el cielo,
este cielo descarado de vacíos imposibles
y de estrellas que piden la cuenta
cada vez que las abrazo.
No queda más que decir.
Tengo un dolor de espinas en las manos
y una historia de fracaso y decepción
por cada una de las cicatrices
que emborronan la inocencia de mi pecho.
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