Se me han rebelado las entrañas
y emano del cuello aroma a guillotina.
En las profundidades, donde todo era sueño,
de donde escapé nadando hacia el naufragio
de mi propia alma herida,
Allí abandoné toda esperanza.
Tras pasar tantos siglos encerrado,
aterido en un silencio indescifrable,
cuando al fin me desuello y me libero,
cuando al fin siento el viento en mis escamas,
cuando al fin vuelvo a separar tres dedos,
me explota la verdad bajo la carne:
Se me han rebelado las entrañas.
Me persiguen con antorchas y con horcas,
me buscan con mi misma rabia,
la de quien nada tiene,
la de quien todo anhela,
la de quien en algo sueña.
Manché con mi sangre sus paredes
con la firmeza inconfundible
de quien recién despertó del largo sueño.
Pero ellos querían mares de vísceras,
ira furiosa de un dios engreído,
algo que hiciera temblar al mundo
y, quizá, hacer merecer la pena
tantos siglos de abandono.
Pero no tengo más sangre que la suya
ni más paredes donde derrumbarme,
solo un agujero,
un vacío pequeño e incómodo
donde hacerme un ovillo y esperar.
Escucho el tintineo de las horcas,
diviso el titilar de las antochas,
resuena el veredicto inapelable.
Preferí ser mal poeta a ya no serlo
y por eso, solo por eso, por todo eso,
por alta traición a lo que he sido,
se me han rebelado las entrañas.
7/377