Hay veces… veces en que cada paso suena a golpe de batería, y las buenas canciones son sólo lo que son: canciones. Pero otras veces, cada brizna de aire que azota la cara, sea con fuerza o sin ella, trae la melancolía de un concierto de armónica, y las buenas canciones son todo lo que son: buenas canciones.
Llega el momento en que apagas la música porque cada verso te recuerda algo que no quieres recordar, y al silencio, que se ve libre y poderoso, le crecen cuernos y un tridente que apunta directo a unas venas borrachas de sangre helada y sonríe. Y es entonces cuando el silencio se disfraza de Chicago y de Nueva Orleáns y entona un blues que se apodera hasta del último rincón. Para ese momento, las luces ya se han apagado y la ciudad se ha quedado a oscuras y vacía. Por en medio de la avenida, un viejo y solitario músico de Jazz toca su saxofón, amargo saxofón de notas tristes, en un canto que la luna no entiende. Pero yo, en mi casa, en mi cama, en la sombra más negra que he podido encontrar para esconderme, entiendo y lloro.
Lloro y entiendo cada canción.
2 comentarios:
Me dejas una sombra de pena amigo... almenos se que tu alma sabe de canciones alegres y rie por momentos... eso me da esperanza
Ceci
ya no llores más eh? no inhundemos la ciudad (inundemos?)
Se estaba bien al solete
PD: Mira q soy torpe!!!
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