Creció, y cada día era más hermosa, más alta, más atractiva. Se convirtió en la mujer más hermosa del mundo. Tan bella era que todos la querían a su lado, para lucirla o para disfrutarla, para encadenarla a su cama o para besarla en la plaza del pueblo. Así empezó una lucha entre todos por hacerse con ella. Lucha que duró lo que nadie quiere que dure una guerra.
La joven, como todos, pasó por malas rachas, épocas oscuras de esas que dan ganas de olvidar, pero que si se olvidan se corre el riesgo de repetirlas. Incluso alguna vez que otra se acercó un cuchillo a las venas con ánimo de olvidar tanto dolor por su culpa. Pero uno de los que luchaban a muerte, dejándose el corazón en cada estocada, peleando con toda su alma por conseguirla, porque era él el que más la quería, el primero que la vio y que se quedó prendado de su belleza, la vio llorar en el balcón y dejó la lucha para acercarse.
Encaramándose a la balconada, él oyó sus palabras, y le entró el miedo por perderla, tan bonita y tan frágil ella. Le susurró al oído que no se fuera, que se quedara con él, que la vida sin ella no tenía sentido, que todo lo que hacía lo hacía por ella y que si ella quería, él dejaba de pelear en ese instante. Sorprendida por tanto cariño y sinceridad, ella aceptó quedarse siempre a su lado.
Él la amaba, y todos los días se lo decía. Ella lo amaba, y todos los días se lo demostraba. Sin embargo, el hombre, de tanto verla, de tanto gozarla, de tanto despertar con ella, acabó olvidándose de lo que le costó conseguirla, y las palabras, que en principio fueron de un amor arrasador, tornáronse frías con el tiempo, perdieron la pasión de la juventud y se acartonaron en los rincones.
Ella no sabía lo que había hecho para que quien tanto la amó, hoy le diera la espalda, así que una noche de invierno, se asomó al balcón y salió volando con alas de hada, prometiendo volver si volvía el amor. El cacique del pueblo, uno de tantos que habían perdido la batalla por ella, la vio salir de la habitación, supo que era su oportunidad y se la llevó por la fuerza. La metió en una oscura mazmorra hasta que aceptara casarse con él.
Por supuesto, ella se negó. Su amor verdadero la había conquistado con sutileza, con dulces palabras, con bellas ideas… nunca a la fuerza. Eso era algo que el cacique nunca comprendería.
Ella lloró toda la noche, mientras la luna se colaba por su habitación y la acunaba para que las lágrimas dejaran de ensuciar su rostro. La luna, Luna Madre y Sabia, le dijo que, en cuanto despertara, su amor la buscaría hasta encontrarla. Rezaron juntas para que despertara pronto.
Él, mientras, seguía durmiendo.
Para Sasha y, por extensión, para toda Venezuela
No han acabado con la Libertad, solamente os la han escondido.
No han acabado con la Libertad, solamente os la han escondido.
Es cuestión de despertar.
2 comentarios:
lindo cuento, forjada en linda mente.
Ojala tenga lindo final
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