Un ruido hecho persona se pasea
entre las cuatro esquinas requemadas
de un espejo tartamudo
por donde corren las arañas.
En él,
los rincones de mi casa son noches milimétricas,
cubiertas de escarcha, polvo y sombra,
pero vacías, aguardando,
al sol del mayor de los silencios
jamás gritado.
Yo, frente al espejo,
deambulo entre los pliegues de mi voz,
y el hollín de las paredes me rehúye
sin querer reconocerme.
No guardan las cenizas de mi fuego
memoria alguna de lo que una vez quemaron.
Tal vez, cuando sólo sea humo,
una alondra inesperada
acertará a encontrar mi nombre entre los vientos.
Pero mientras quede fuego vivo existirá la muerte
como un borrón desesperado,
carcomiendo las esquinas
de cada una de las letras,
de cada una de las palabras,
de lo que alguna vez he sido
o alguna vez seré.
Ahora no soy más que carne.
Un bocado apetecible para arañas
que desdeñan los sonidos
mas se sacian lentamente
del resto de mi ser.
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