El ruido inquebrantable del silencio
cuando los coches atraviesan la avenida
entre los árboles candentes de la noche,
es sonido de olas y playas,
de mares y espuma,
de soledad.
Déjame que me vuelva etéreo
y que me ahogue en la calzada,
por más que ahora no recuerde
cómo se nadaba bajo el suelo.
Los coches no atropellan a las sombras,
me basta con eso para dejarme caer.
Quizás un latido breve
logre mantenerme a flote,
pero en el silencio sólo se escuchan
olas que parecen, lentamente,
mil sonidos de motores.
Me hundo en el asfalto de las calles,
impregnándome de alquitrán y de tiniebla,
casi cierro los ojos
y allá a lo lejos veo,
solamente oscuridad.
Solamente oscuridad.
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