Agarrado a una burbuja me encontraron
cuando llegaron los demonios,
cuando el mundo entero dolía tanto
que trepar a mis lamentos
no era suficiente para hacerlo pequeñito.
Grité al viento y el viento me devolvió
esputos de plata pobre y mala baba
sin saber
que en el fondo de mis cenizas guardaba un verso,
una alquimia milagrosa
para fabricar con saliva diez burbujas.
Las hinché, con sueños y canciones,
con verdad y pesadillas,
con todo lo que dentro de mí había.
Cinco explotaron
una se hundió,
tres se redujeron hasta desaparecer.
Pero una quedó intacta,
una llena de nombres y recuerdos,
de esos que convocan mariposas de luz
si se pronuncian suavemente.
Cuando vi que alzaba el vuelo
me aferré a su curvatura reluciente
sin miedo a resbalar,
repitiendo una y otra vez
los nombres de las mariposas.
Y volé
Por encima de los fuegos y los pinchos,
de los muros y alambradas,
de las mentiras cien mil veces repetidas.
Volé
y nadie pudo detenerme
mientras huía hacia las sombras del olvido.
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