Aquí donde el mundo olvida
todo lo que nunca fuimos
donde el tiempo se hace un traje
de relojes derretidos,
cada hora se repite,
cada día es siempre el mismo,
y entre angustias y lamentos
pasa, renqueante, un grito,
que abatido se diluye
en los bordes del camino
sin saber que hay un orate
que lloró después de oírlo.
Aquí donde caen las lluvias
de un otoño distraído
que no sabe de almanaques
ni respeta turno o sitio,
se agrietan los embalajes
con que algunos envolvimos
a lo que llevamos dentro
que, adivina, es solo un niño
que dibuja en las paredes,
al que asusta tanto ruido
y que llora al verse solo
abrazándose a sí mismo.
Aquí donde la palabra
va perdiendo hasta el sentido,
se hacen coros de silencio
con rumores escondidos
que restallan en la noche
cuando nadie lo ha pedido
como truenos de horizonte
en colores desvaídos.
Y se encalla en mi garganta
la palabra que no he dicho,
el vocablo que me falta,
verbo póstumo y sombrío.
Aquí donde soledades
vagan siempre sin destino
y se acercan al primero
que se acerca con un libro,
y no dejan de adularle,
y llenarle los oídos
de piropos zalameros
sin pudor de haber mentido.
Aquí donde todo muere,
aquí donde he renacido,
aquí donde estoy tan solo,
tan sólo por que he venido.
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