2 dic 2025

Anoche, y antenoche, y la otra noche

Anoche, y antenoche, y la otra noche

la luna me apuñalaba por la espalda.

Anoche, y antenoche, y la otra noche

le entregué mis creencias a las ratas

de las iglesias y los osarios.


Descubrí un cordón de plumas

que el sol tendía entre dos nubes

allí es donde ponían a secar

las pieles de los ángeles de los sueños negros.


Anoche, y antenoche, y la otra noche

me convertía en otro

por efecto de las palabras

que no escribía, pero leía;

que no decía, pero escuchaba;

que no sabía, pero pensaba.


Las imaginaba con una caligrafía

dócil y redondeada,

suave y sin rincones,

tan ajena a mi rabia,

como vástagos de un pésimo poeta

del que no recordaba el nombre.


Ayer, y anteayer, y el otro día

rompía la cáscara miserable de la noche

con un dolor de párpado en los costados,

una espina de pez clavada en el desierto

del temible despertar de la hora prima.


Me abarrotaba en las esquinas

de un espejo diferente

al que la lluvia oscurecía,

al que la madrugada abandonaba,

en el terco zigzag de mi pensamiento.


Mañana, y pasado y al siguiente,

quizá desmonte la moneda falsa

que me responde a la primera filosofía

y construya una quimera antigua

o demasiado novedosa.


Veré con manos nuevas y lejanas

el suave terciopelo del horizonte

tendido con la indulgencia de a quien no le importan

lo que es o lo que nunca ha sido.


Hoy, mientras tanto, sigo dudando

de la matemática exacta de mi persona.