26 dic 2025

Romance para una madre

A la mujer que me dio la vida y a quien le debo lo bueno que hay en mí

con todo el cariño del que soy capaz.

Gracias, mamá.


                    I

 A quien debo lo que soy,

este alma ingobernable

y estos dulces sentimientos

es, sin duda, a ti, madre.

El espejo en que me miro,

ese amor inmenso y grande,

la bondad que tanto envidio

y el regazo confortable.

Pero sigo siendo el niño

que lloraba inconsolable

en el miedo de tu ausencia,

cuando está solo en la calle.

Me hacen falta tus caricias,

tus palabras, tu carácter,

y el latir acompasado

de ese amor que tanto late,

tan humano como el mío,

pero tan divino y grande,

que no puedo, ni aunque quiera,

tan siquiera ni acercarme,

a sentir como tú sientes

o a arder como tú ardes.


                    II

Bajo el peso de mi alma

hoy quisiera regalarte

un poema que dijera

cuánto te quiero yo, madre.

Que me borren de las manos,

de la mente, de las carnes,

el rumor de los aedos

que llegaron siglos antes,

que lo que yo he de decirte

no lo ha dicho nunca nadie

aunque lo hayan intentado

mil ejércitos de orates.

y maldigo en un silencio

estas manos que no saben

expresar correctamente

lo que tengo que contarte,

No me llegan las palabras

todo suena a disparate

para hacer justicia al verbo

que comprenda cuánto vales.

No hay entrada en diccionario

ni en poemas inmortales

y hasta el te quiero más hondo

queda corto sin ambages.


                    III

Aborrezco cada día

el tener que preocuparte

los errores cometo

nunca son tu culpa, madre.

Aunque pesen a mi espalda

como un plúmbeo equipaje

las heridas que me causan

me las curo con tu imagen.

Y si alguna vez he hecho

que te alcance algún desaire

es que no pude evitarlo

por mucho que lo intentase,

ojalá que yo pudiera

protegerte con mis carnes

igual que me protegías

cuando era yo un infante,

igual que aún me proteges

con tus brazos incansables

tan distintos de los míos

que, a pesar de todo, saben

que tras mantos de relojes

que cabalgan incansables

ahí cobijas los abrazos 

que aún tengo que darte.


                    IV

El hogar que me calienta

que no encuentro en otra parte,

que me acuna y tranquiliza

siempre será el tuyo, madre.

y seguro en cada paso

aunque tarde en regresarme

sé que tú estarás velando

al final de cada viaje

con la puerta entreabierta

para entrar aunque no llame,

con mi plato a la mesa

y un abrazo que me calme.

Y al coserme las heridas,

vaciando mis morrales,

sé que tú estarás detrás

esperando para hablarme

de las millas recorridas,

de recónditos parajes,

de todo lo que haya visto

cuando estaba en otros lares.

y me sentaré contigo

apurando mis brebajes,

sonriendo porque sabes

que no pude volver antes.

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