A la mujer que me dio la vida y a quien le debo lo bueno que hay en mí
con todo el cariño del que soy capaz.
Gracias, mamá.
I
A quien debo lo que soy,
este alma ingobernable
y estos dulces sentimientos
es, sin duda, a ti, madre.
El espejo en que me miro,
ese amor inmenso y grande,
la bondad que tanto envidio
y el regazo confortable.
Pero sigo siendo el niño
que lloraba inconsolable
en el miedo de tu ausencia,
cuando está solo en la calle.
Me hacen falta tus caricias,
tus palabras, tu carácter,
y el latir acompasado
de ese amor que tanto late,
tan humano como el mío,
pero tan divino y grande,
que no puedo, ni aunque quiera,
tan siquiera ni acercarme,
a sentir como tú sientes
o a arder como tú ardes.
II
Bajo el peso de mi alma
hoy quisiera regalarte
un poema que dijera
cuánto te quiero yo, madre.
Que me borren de las manos,
de la mente, de las carnes,
el rumor de los aedos
que llegaron siglos antes,
que lo que yo he de decirte
no lo ha dicho nunca nadie
aunque lo hayan intentado
mil ejércitos de orates.
y maldigo en un silencio
estas manos que no saben
expresar correctamente
lo que tengo que contarte,
No me llegan las palabras
todo suena a disparate
para hacer justicia al verbo
que comprenda cuánto vales.
No hay entrada en diccionario
ni en poemas inmortales
y hasta el te quiero más hondo
queda corto sin ambages.
III
Aborrezco cada día
el tener que preocuparte
los errores cometo
nunca son tu culpa, madre.
Aunque pesen a mi espalda
como un plúmbeo equipaje
las heridas que me causan
me las curo con tu imagen.
Y si alguna vez he hecho
que te alcance algún desaire
es que no pude evitarlo
por mucho que lo intentase,
ojalá que yo pudiera
protegerte con mis carnes
igual que me protegías
cuando era yo un infante,
igual que aún me proteges
con tus brazos incansables
tan distintos de los míos
que, a pesar de todo, saben
que tras mantos de relojes
que cabalgan incansables
ahí cobijas los abrazos
que aún tengo que darte.
IV
El hogar que me calienta
que no encuentro en otra parte,
que me acuna y tranquiliza
siempre será el tuyo, madre.
y seguro en cada paso
aunque tarde en regresarme
sé que tú estarás velando
al final de cada viaje
con la puerta entreabierta
para entrar aunque no llame,
con mi plato a la mesa
y un abrazo que me calme.
Y al coserme las heridas,
vaciando mis morrales,
sé que tú estarás detrás
esperando para hablarme
de las millas recorridas,
de recónditos parajes,
de todo lo que haya visto
cuando estaba en otros lares.
y me sentaré contigo
apurando mis brebajes,
sonriendo porque sabes
que no pude volver antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario