Para Stefy, otra vez.
No fueron para ti las palomas que escribía,
las mariposas que pinté,
aun en aquellos tiempos
cuando los dinosaurios poblaban la Tierra.
Llevaban la mentira por montera
y tu nombre escrito en el costado,
pero no eran para ti,
aunque salieran de las cuevas gritando tu nombre.
Inmisericorde vanidad la mía,
que disfrazaba sin saberlo,
lo que en realidad me dedicaba a mí mismo
y a lo que en mí tú despertabas.
Te amé como merecías,
y sin que lo merecieses dejé de hacerlo.
Me acuné en tus brazos cuando lo necesité
y me fui cuando tú más me necesitabas,
cuando apenas los humanos levantaban zigurats.
Pero lo haría de nuevo.
Porque aquello nos dio el tiempo
de lo que no nos dio tiempo el Big Bang
de los corazones comprimidos en un átomo.
Nos permitió caminar por la orilla de la playa
y sentarnos en la desembocadura
de ese río que en realidad,
estaba a quilómetros de allí.
Nos permitió compartir atardeceres
mientras a nuestro alrededor se alzaban los imperios
y caían destrozados.
Nos permitió salvarnos mutuamente
entre capiteles y barbacanas
cuando los ejércitos del tedio asaltaban la ciudad
o esa pequeña parte de la urbe
que no era ciudad ni dejaba de serlo.
Me permitió, y es lo más importante,
me permitió llamarte amiga,
me permitió llamarte, amiga.
¿Quién sabe?
Quizá descubra en el futuro
cuando vuelen los aviones a Saturno
que estos versos tampoco eran para ti,
sino solamente para quitarme esa espina
esa púa oxidada por las eras
que me repetía dolorosamente
que aún te debía un poema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario