papeles remojados del llover
de lodos, alperchín y vino tinto
son muros de este triste laberinto
en donde guardo lunas de alquiler
que mueran enseñándome a beber
las noches a las que quité el precinto
queriendo ser de nuevo alguien distinto
perdido entre Sabina y Baudelaire.
De día, al despertarme con sentido,
jamás pude colgarme de una nube
ni hallarle la salida a mi ataúd.
Por eso, cuando el sol se va a su nido,
me cargo de los sueños que no tuve
y vuelvo a emborracharme a mi salud.
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