16 dic 2010

Lágrimas de autobús

Nadie ve las lágrimas de un autobús
cuando llueve,
y la ciudad se amotina,
y los charcos se envilecen
de perlas de agua turbia que se atacan entre sí.

¿Acaso una gota sabe el nombre
de su fugaz compañera de caída?
Pues cómo va a entenderse con las lágrimas de aceite
de un dragón ya demasiado viejo
para aprender
ahora
a volar.

Del otro lado del cristal,
del lado seco,
del lado de las luces y las miradas,
la brutal agonía de las palabras
se descompone en un asiento
enfocado hacia el pasado,
que se aleja,
que se estira,
que se queda aullando bajo el agua,
que se repite,
que se muere y no se muere,
que me atrapa en cuanto se abren las puertas
y piso la lluvia.

La noche está fría como el hielo
y las luces se evaporan sin remedio.
Yo tampoco sabía que la ciudad
está llena de autobuses que lloran sin destino.

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