A un balcón que está encarado
a las cumbres del silencio
en los bordes del ocaso,
se ha asomado, triste, un viejo.
Una pátina de surcos
de los lloros que cayeron
cruzan su cara azotada
por el látigo del tiempo.
¡Cuánto horror! ¡Cuánta palabra
sin pudor ni sentimientos
se agazapa en su garganta
sollozando sin hacerlo!
Su tristeza le desborda,
cada día está más lejos
de su sangre derramada
y del joven de su espejo.
Le hace un nudo a los relojes
y pasea por los huecos
de las sombras de su casa
masticando sus recuerdos,
y entre dientes sale un grito,
el desgarro de un "te quiero",
le responde el solitario
verbo trágico del eco...
él se siente abandonado,
cada vez más solo y viejo,
hasta aquellos enemigos
que tenía, van muriendo.
¡Cuánto horror! ¡Cuánta palabra
sin pudor ni sentimientos
se agazapa en su garganta
sollozando sin hacerlo!
Cada cana es una lágrima
congelada por el hielo
de memorias y distancias
en su barba y en su pelo.
Cada arruga es una zanja
donde entierra esos inviernos
que le atrapan con un frío
que se cala hasta los huesos.
Ha encontrado entre sus manos
una rosa sin consuelo.
Con sus pétalos marchitos
ha cubierto el frío cuerpo
de sus sueños, que a su lado
aún seguían sonriendo,
tan felices como siempre.
Sonrientes, pero muertos.
¡Cuánto horror! ¡Cuánta palabra
sin pudor ni sentimientos
se agazapa en su garganta
sollozando sin hacerlo!
A un balcón lleno de flores
se ha asomado, triste, un viejo.
No sabía que las rosas
eran flor de cementerio.
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