Rugen bajo tu vestido
los perros de la madrugada
y el vértigo de una palabra que se pierde.
Repites tu nombre en mi oído y desaparezco,
nada queda de mi ropa,
ni de mis manos,
ni de mi verbo,
ni del rojo ensangrentado de mis labios,
las mentiras eran demasiado afiladas para pronunciarlas.
No sé por qué lo hice,
tal vez te odié más de lo que te amo,
u olvidé que te necesitaba.
Hasta ayer, la noche escrita,
era tan parte mía como tuya,
como un ángel irrompible
hijo de Dios y del Diablo.
Hoy, se me escurren las palabras de mis libros de poemas
y,
no sé,
tal vez duela este no verte entre las páginas,
ni escucharte por los parques
desnudando las magnolias.
Vuelve hacia mí.
Estoy seguro de que las palabras que me faltan
las tienes escondidas en tus labios.
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