Abro los ojos y pierdo las alas.
No encuentro nadie que rompa mi espejo
y me aparte de esta dulce traición.
Antes de que el humo fuera mi aliado
y los relojes tuvieran una razón de existir,
jamás sudaba naftalina
y las nubes no parecían nunca
las rejas de una prisión,
ni unos mares de sombra.
He soñado con el niño que fui,
cuando la luna me acunaba
en vez de arañarme la espalda,
y lo he visto llorar.
Desperté en la oscuridad, degollado por un grito,
Creía saber volar con mis alas de piedra,
pero sólo caigo.
No encuentro ventanas a las que agarrarme,
y sigo cayendo
entre las lágrimas de un niño traicionado,
hacia el mundo de los cuerdos,
justo donde me prometí
que nunca iría a caer.
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