Respiro por los bordes de la piel,
donde la fiebre juega con las tijeras,
y cada noche me entierra un infierno
de páginas manchadas de versos podridos,
plagados de moscas y lombrices.
Tengo un alma en oferta,
y una ruta guiada por mis entrañas.
Tal vez sea hora de maldecir al imbécil
que bendijo la lluvia de mi corazón.
También he engarzado tres lágrimas de lluvia
en hilo de pescar,
para atrapar a un poema.
Pero las musas cumplen órdenes del juez,
mi cama las denunció por malos tratos.
Cuando al fin encuentro el verso perfecto,
doscientos metros son demasiado lejos,
y mis dedos, que pueden desenroscar la luna del cielo,
no llegan ni a rozar el papel.
Me rodean horizontes de malos versos,
si paso de nuevo a través del espejo
tengo derecho a suicidarme,
antes de que me encuentren mis poesías.
Antes de dejar de imaginar.
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